22.02.2020
CUARESMA
Tiempo de alegría y de esperanza. Nos recuerda y prepara para celebrar el acontecimiento más importante del año litúrgico y de la experiencia cristiana: El Misterio Pascual, la Muerte y Resurrección del Señor, que si lo miramos bien es un recuerdo peligroso y provocativo, el de la Pascua.
Pero por eso mismo, es tiempo de alegría y, a la vez, de intensificar la vida cristiana en tres direcciones:
- La Limosna, como práctica solidaria de compartir con los pobres y excluidos. Bolivia últimamente, mejoró, pero está en el pelotón de los 5 países con mayor cantidad de pobres de la región. En el altiplano, los alumnos para ir a la escuela, tienen que andar 8 horas, 4 de ida y 4 de vuelta según la distancia de la comunidad.
- El Ayuno, al decir del Papa Francisco “El verdadero ayuno es que los empresarios den el justo salario a sus empleados”. Ayunar hoy es vivir con lo suficiente y compartir una parte de su salario mensual con ese 14,7% de bolivianos que viven en extrema pobreza.
- Lectura orante de la Palabra de Dios, intensificada en la Cuaresma, que nos alienta en el camino, descubre el sentido de la vida y nos interroga y cuestiona.
Somos verdaderos seguidores, discípulos de Jesús en la medida que somos más humanos, es decir, más honrados, sinceros, honestos, solidarios llenos de bondad y como Jesús, pasamos por la vida haciendo el bien a todos. Y descubrimos también la alegría del Evangelio.
Y precisamente ahí encontramos el gozo y sentido de la vida, el bienestar, la felicidad compartida, la alegría que nos trae la vida, el alivio en los dolores, dificultades y problemas encontrados.
Jesús advierte, en Mateo 6 veces, que tenemos que hacer la limosna y la oración en secreto. Deben quedar ocultas, que nadie lo vea, ni lo sepa, ni lo palpe.
La cuaresma se inicia el Miércoles de Ceniza, con el rito simbólico de la imposición de la ceniza, como un acto de humildad, de reconocimiento de nuestra debilidad, donde impera la misericordia de Dios, se hace presente el buen padre Dios, que no puede pasar sin los pecadores perdidos y extraviados. Les busca hasta que los encuentra y los recibe con los brazos abiertos. El Padre no se fija en los méritos de sus hijos, sino en sus necesidades y sufrimientos.
A Dios no se le teme, se le ama, no es una pared que nos separa, sino un abrazo que nos estrecha.
El Dios de Jesús, no juzga, ni condena, ni castiga, ni amenaza, sino que acoge con alegría. Es más, les prepara una fiesta, les ofrece un banquete, como en la parábola del Hijo Pródigo (Lc. 15).
Entonces, ser católico, creyente convencido, es descubrir y vivir a Dios como Padre, madre, ternura, compasión, como nos enseñó Jesús. Por eso, la Cuaresma, es tiempo de alegría y de esperanza, que nos lleva a la Pascua, al encuentro con el Viviente, el Resucitado.