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PREMIO PRINCIPE DE ASTURIAS DE LA CONCORDIA 1998

Sedes

16.03.2023

LECTURA HUMANA Y CREYENTE DEL CORONAVIRUS

¿Qué lectura podemos hacer del coronavirus, desde el ser humano, desde el horizonte existencial y desde la visión de la fe? Todos estamos sorprendidos, amedrentados, invadidos de miedos y amenazas. Nuestro mundo se ve amenazado por la pandemia declarada de coronavirus sin discriminar a nadie. La enfermedad no sabe de fronteras, ni de colores de piel. Y así ha causado un pánico generalizado.

Levanto la voz en grito, una antorcha de protesta; es un grito desgarrador, ante la ingente pandemia.

Así lo expresa el poeta Serafín de la Hoz Vera, OSA.

Por otra parte esta psicosis está alimentada por el racismo, la xenofobia, la apatía y la politización de la enfermedad.

El virus tiene origen animal. Empezó en Wuham (China). Y ahora el epicentro radica en Europa. El virus, responsable de la enfermedad Covid-19 era desconocido, antes del brote epidémico, que empezó en diciembre del 2019 en Wuham (OMS).

A la fecha de hoy, 15 de marzo de 2020, son 700 muertos. Existen 150.000 casos en el planeta, en 135 países, también con el dato consolador de que 71.717 han sido sanados. Efectivamente, pone en vilo al planeta. Sin llegar a las amenazas apocalípticas medievales, ni recurrir a ese típico momento bíblico, que acontece cada 3000 años, las plagas siempre han existido.

En el libro del Apocalipsis (15, 5-8), se nos habla de las 7 plagas misteriosas. En plena edad media, siembra el terror y la muerte “la Peste Negra” (1346-1353). Al comienzo del siglo XX hace presencia la famosa gripe amarilla, por el año 1918, que se llevó 25 millones de personas. Más reciente nos preocupó el Évola (1976-2015). No deja de ser una Pandemia el virus del SIDA. Pero ninguna tan desafiante como el coronavirus para la política mundial.

Antes de seguir adelante, surge la pregunta ¿Y Dios qué tiene que ver con este affaire del Covid-19? Los amigos fuertes de Dios, siempre se han ocupado de curar y remediar las pestes. La figura emblemática en la tradición cristiana, es la de San Roque, que se dedicaba a cuidar de los infectados de la peste, sanándoles, haciéndoles la señal de la Cruz, según la tradición.

¿Es verdad que Dios interviene? El Dios de Jesús “es clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas” (Sal. 144). E insiste el salmista: “Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.

Ya en el Antiguo Testamento, se decía: “Si grita a mí, yo le escucharé, porque yo soy compasivo” (Ex. 22, 20).

Hablando del mal, hoy del coronavirus, me parece importante clarificar que Dios no gobierna, ni interviene directamente en la historia. Podemos decir que Dios gobierna y se hace presente a través de las posibilidades y libertades que ha puesto en las personas. Siempre respeta las libertades, las condiciones y dotación de cada persona. Y aquí tiene mucho que ver la responsabilidad, la solidaridad, la caridad, la ética, la honestidad de todos y de los gobernantes. Nos alerta el poeta.

“¿Es aviso, señor, o castigo?

O llamada de amor

De gran calado

Esto que das al mundo empecatado

Porque renuncia compartir contigo”

(Ángel Ferrero, Coronavirus)

¿Qué ocurre aquí, qué explicación se puede dar, cómo se entiende toda esta barahúnda?

La historia nos da lecciones para aprender y aplicar la justicia. Nos recuerda el cardenal Peter Turkson “Las grandes desigualdades entre sistemas socioeconómicos, que el virus ha revelado están ahí. No podemos descuidar la justicia social ahora que la emergencia del coronavirus está creando una nueva crisis económica. Ciertamente el coronavirus doblega todas las actividades más significativas: La economía, las empresas, el trabajo, los viajes, el turismo, el deporte, incluso el culto. Y también limita la libertad de movimiento y de espacio.

Este momento de gran necesidad puede ser un momento para fortalecer la solidaridad, la cercanía entre los estados y la amistad entre los pueblos, hasta plantearnos la fraternidad universal de todos los pueblos, mujeres y hombres, razas y culturas. Ciertamente esta incidencia del virus, como toda situación de emergencia, pone de relieve las grandes desigualdades que caracterizan a nuestros sistemas socioeconómicos. Se trata de desigualdades de los recursos económicos en la utilización de los servicios sanitarios, así como en el personal cualificado y la investigación científica. Frente a este abanico de desigualdades, la familia humana tiene el desafío de sentir y vivir verdaderamente como una familia interconectada e interdependiente”. (Mensaje del cardenal Peter Turkson, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral).

El Dios de Jesús quiere una vida plena, en todo momento y en todo lugar, llena de respeto y de bondad. Entonces cabe preguntarse, ante la pandemia del coronavirus ¿qué pedagogía aplicar?

Ante todo, oración y cercanía con todos los que sufren el contagio del Covid-19, con las víctimas, con sus familias y con todos los trabajadores de salud, comprometidos en primera línea y dedicados con todas sus energías a curar y aliviar su malestar. “Las personas que sufren constituyen un “laboratorio de misericordia”, ya que la naturaleza poliédrica del sufrimiento requiere diferentes formas de misericordia y cuidado”, nos exhorta el obispo de Roma, Francisco.

En segundo lugar, asumir con todo el rigor las medidas y precauciones sanitarias dictadas por nuestras autoridades: Aislarse, mantener cierta distancia, para evitar el contagio por las gotículas respiratorias expedidas por la nariz o la boca al toser.

En tercer lugar esta pandemia debe dar paso a una gobernanza, con una visión nueva, fundada en la justicia social, en la equidad y en la calidad para todos. ¿Por qué no plantearse en este momento lo de un nuevo orden mundial y planetario de gobierno, del que tanto se habló y ahora se ha olvidado? Sin un cambio radical, puede ser peor el próximo ataque del que no podamos protegernos.

Esta tragedia debería introducir oficialmente que la salud sea una cuestión de Estado, igual que la educación. Y que tal principio se aplique a la práctica democrática para responder a las apremiantes necesidades en el campo de la salud y educación.

Cuidar la información y brindar educación sobre el virus Covid-19.

Y un creyente ante esta aparición inesperada del virus, debería tener una manera nueva de leer la vida y la historia, conscientes de nuestra fragilidad, que nos lleve a sacar y a dar lo mejor de nosotros mismos.

A pesar de todos los avances y progresos tecnológicos, como indican los altos índices de desarrollo, el coronavirus muestra la vulnerabilidad de los países que se consideran más seguros. Hong Kong aprendió la lección hace 17 años y hoy está capacitado para lidiar esta pandemia.

Cumplir estas medidas es aplicar el Evangelio,  es poner la mirada sobre las necesidades del ser humano, sobre todo, el más vulnerable, hoy el que padece el coronavirus.

Tiene razón José María Castillo: “La ruina de la humanidad es que no creemos en el ser humano. Por eso no la respetamos, ni le amamos como se merece, no le queremos, sea quien sea y se porte cómo se porte. Estamos ciegos, no terminamos de tomar en serio la fe en el ser humano… Según el Evangelio no podemos creer en el Dios de Jesús, sino creemos en el ser humano. No podemos fiarnos de Dios, si no nos fiamos del ser humano”. Por eso yo empiezo el día con un acto de fe en Dios y un acto de fe en el ser humano.

Y aplicado a Bolivia, el escritor Homero Carvalho en su artículo “El Virus que nos quita la Máscara” pone el dedo en la llaga: “El verdadero virus que anda suelto en nuestro país es el odio y la intolerancia, que fueron incrementados en la última década. Que el Covid-19 no sea pretexto para olvidar lo importante, salvar al país de una guerra civil que está latente”.

En definitiva, creo que hay que ocuparse del virus y no preocuparse. Es oportuno el consejo de Isaías (30, 15): “Vuestra salvación está en convertiros y en tener calma. Vuestra fuerza está en confiar y estar tranquilos… Dichosos los que esperan en el Señor”.

Y concluyo con unos versos de mi amigo Serafín de la Hoz Veros, OSA, poeta, que nos dejan paz:

“¿Te envuelven redes de muerte” / con pavorosa tristeza?

No pierdas la compostura; / recobra la calma; piensa.

“El nombre de Dios es grande” / y su bondad manifiesta.

Sin rebeldía en el alma / espanta dudas… y reza".

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