Durante las pocas semanas que duró mi voluntariado, se abrió ante mí un nuevo concepto de pobreza. Mas que hambre, hay malnutrición y sobre todo una falta de educación y valores que nunca pensé encontrarme, cosas como el amor familiar, el respeto a la mujer o el cuidado a los niños no son reglas absolutas allí.
Mi día, bastante ajetreado por nuestra ganas de apuntarnos a cualquier actividad que nos mencionaban, comenzaba temprano, tras un desayuno y una camino peculiar en el "micro" (autobús) llegaba a Camino Nuevo, allí transcurría la mañana entre las matemáticas, la química, un poco de dibujo y algo de lectura, comíamos con los niños y vuelta al Plan. Por la tarde las actividades variaban, clases de informática con las Adoratrices o apoyo escolar a los niños de Mensajeros de la Paz. Cuando estaba llegando el fin de la jornada era la hora de las reuniones con otros voluntarios en Palacio, las escapadas al centro, las fiestas de despedida y las largas charlas sobre tantos y tantos temas. Los fines de semana aprovechamos para hacer una visita a la Chiquitania o para ir a la piscina del Plan.
Y sin darme cuenta y cuando estaba empezando a situarme en aquel mundo llegaron las despedidas, como siempre odiosas, tristes... y una imagen en mi memoria: el camino de vuelta a "Los Alegres" y los gritos de los niños de fondo diciendo" Lara no te olvides de nosotros", pero... claro que no, como me voy a olvidar de aquellas personitas que me han enseñado tantas cosas en cinco semanas que ningún libro me enseñará en la vida.
Ya en tierras españolas, habiendo pasado cierto tiempo desde mi vuelta, analizando más detalladamente las cosas, te das cuenta que se necesita más de una vida entera para poder solucionar uno solo de los innumerables problemas que allí y en tantos otros lugares del mundo existen. Una conclusión muy clara es que no hay forma posible de agradecer a todas esas personas que dejan todo para seguir ese camino, el de ayudar a los demás sin pedir nada a cambio.
Te cuentan experiencias, te enseñan fotos, ves películas, pero algo así hay que vivirlo en primera persona. Me llevé un poco de cada una de las personas que allí conocí, quienes me enseñaron que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay una solución para cada problema, porque como me decía mi gran amigo Denis "después de la tormenta siempre sale el sol".