El 28 de junio del 2019 aterricé en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, concretamente, en una zona de la ciudad conocida como el Plan 3000. Allí llegué yo con una maleta llena de ropa y de ganas de conocer y aportar. Siempre nos dicen que intentemos no hacernos expectativas, pero para mí eso nunca ha sido tarea fácil. Los días de antes mi mente no paraba de pensar en cómo sería la gente, la calle, la escuela, etc. Sin lugar a duda, tres meses después, puedo decir que he superado con creces mis expectativas, que he vuelto renovada, con los ojos más abiertos que nunca y habiéndome dejado un gran trocito de mí allí.
Formé parte del Proyecto Hombres Nuevos, el cual se convirtió en mi familia. Me siento muy afortunada de haber convivido con ellos: fraternos, voluntarios y el Padre Nicolás. Me recibieron con los brazos abiertos, a los dos días yo ya me sentía como en casa. Me he empapado de Bolivia en toda su esencia, he intentado adaptarme a cada instante y formar parte de sus vidas. Y me di cuenta de lo bien que me había hecho a la vida de allí, cuando el día de vuelta, entre abrazos y maletas, yo no paraba de llorar.
Mi voluntariado empezó las dos primeras semanas de julio con los campamentos urbanos de invierno. Durante mi labor como monitora en los campamentos, fue cuando más me acostumbré a vivir allí: trabajé codo con codo con la gente del proyecto; aprendí a moverme sola por el Plan 3000; y los niños y las niñas de los campamentos me recordaron lo que era jugar, compartir, reír y disfrutar.
Tras estas dos semanas, completé mi voluntariado dando clases de apoyo escolar en la biblioteca de una escuela durante un mes y medio. Aquí fue cuando yo ya empecé a decir que no me quería ir, cuando de verdad sentí que había encontrado mi sitio. El colegio al que iba como voluntaria se llama Luis Barrancos, y os puedo asegurar que los mejores días de mi año los viví allí. Compartía mis horas de voluntariado con las dos bibliotecarias del colegio y con todos aquellos niños que, siempre fieles a sus tareas, venían a que les echara una mano.
El Plan 3000 me ha cambiado la forma de ver todo lo que me rodea en mi día a día, me ha hecho sentirme afortunada y agradecida de lo que tengo, me ha hecho sentirme útil y, sobre todo, me ha hecho muy feliz. Un trocito de Alicia sigue por ahí, agarrando micros, comiendo masitas y salteñas, y respondiendo al nombre de “profe” o “crespita”.